(Warhammer. Thanquol Y Destripahuesos 01) El Vidente Gris by C. L. Werner

(Warhammer. Thanquol Y Destripahuesos 01) El Vidente Gris by C. L. Werner

autor:C. L. Werner [Werner, C. L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: sf_fantasy
ISBN: 9788448038489
editor: Timun Más
publicado: 2011-12-31T17:01:49+00:00


CAPÍTULO 7

Polvo negro, negra muerte

Unos dedos de hierro aferraron al doctor Loew por un hombro y tiraron de él para derribarlo al suelo. El alquimista sólo pudo abrir la boca de asombro cuando la figura espectral del intruso se interpuso entre él y el espantoso monstruo que avanzaba con lentitud desde el laboratorio. Aun estando bajo los efectos del terror, Loew se sintió horrorizado por la locura de un acto semejante. Fantasma o ladrón, era un suicidio quedarse ante una monstruosa abominación como aquélla.

—No os mováis —ordenó el sibilante susurro, con una fuerza que no daba lugar a la disensión.

La figura de capa gris abrió los brazos de par en par, con los dedos desplegados y dirigidos hacia el techo. Extrañas palabras ásperas atravesaron el aire, y Loew sintió que el frío que hacía en la tienda aumentaba de modo constante y en el suelo comenzaban a formarse pequeñas perlas de hielo.

Sin embargo, más notable que el descenso de la temperatura fue el modo como pareció aumentar la oscuridad para hacerse más densa. Lentamente salieron sombras de cada rincón y grieta, rodearon a la figura ataviada con la capa gris y se le adhirieron como una segunda piel. En menos tiempo del que necesitó la mente de Loew para registrar el hecho, la figura desapareció, velada por una mancha de sólida negrura que ocupaba casi totalmente la entrada del laboratorio.

Loew respiraba con agitados jadeos. Iniciado en el mundo arcano, el alquimista sabía reconocer a un maestro de la magia negra que ponía en práctica su arte cuando lo veía, o más bien cuando no lograba verlo, como en ese caso. El intruso, la extraña aparición que le había advertido que se alejara del laboratorio, era un magíster, aunque él fuera incapaz de determinar si se trataba de uno de los hechiceros sancionados por los Colegios, o de un brujo renegado.

Loew olvidó rápidamente sus preocupaciones por la identidad e intención del hechicero. Más importante para él, en ese momento, era el efecto que la magia causaba en la rata bestia. En cuanto el hechicero formó aquel muro de oscuridad a su alrededor, el monstruo detuvo el lento y constante avance hacia el interior de la tienda. Sus rojos ojillos brillantes parpadearon, y su cabeza giró de un lado a otro a causa de la confusión. Se alzó de manos para olfatear el aire e intentar encontrar el rastro de la presa que ya no podía ver. Pero incluso ese sentido estaba afectado por el sortilegio del hechicero.

Al volverse invisibles tanto para el ojo como para el olfato, la rata bestia perdió el interés en el doctor Loew y su misterioso benefactor. Casi como distraído, dio media vuelta y atravesó el laboratorio, en cuyo suelo de madera sus garras dejaban profundos surcos. Loew veía apenas el enorme bulto del monstruo que olfateaba de un lado a otro por la estancia. A veces, la corrupta lengua lamía sus herramientas e instrumentos. La criatura no seguía una pauta aleatoria para decidir qué investigar y qué pasar por alto.



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